Para todas las Silvias…

Silvia es una mujer que como niña, vivió en la ilusión de servir a su país.

Lo haría desde el servicio, la disposición infinita por ayudar al prójimo, por servir a la patria, prestando asistencia, apoyando y siendo fiel a su esencia.

Al dejar de ser niña, su objetivo se fijó en unas carabinas cruzadas y un uniforme, que cumplían con los principios de su vocación.  Hizo absolutamente todo lo que le permitiera entrar a esa institución que habla, en su himno, de orden y patria, de ser emblemas del sacrificio, de cuidar a los niños inocentes.

Su objetivo se logró…

Entre entusiasmo y amor por lo que buscaba, soportó algunos apremios que le brindaban la «fortaleza» necesaria para poder enfrentar la profesión.  Tuvo apoyo de algunas compañeras, de algunas de sus superiores, que le mostraron cariño.  Pero se encontró con una institución que jamás le enseñó a servir.  Que nunca le mostró como, en la ternura, harían al niño inocente poder confiar en ellos.

Aprendió que el pueblo, la gente, no era un aliado ni un grupo humano al cual debía esmerarse en servir, en acompañar, en prestarse para defender.  Más bien, le enseñaron todo lo contrario.  Algo así como que ellos, los Carabineros, eran los especiales, los que debían estar por sobre las personas, por sobre el pueblo, que no debían ser amables, que no debían ser cordiales, que no debían ser serviciales, si no que todo lo contrario.

Atrás quedaban sus ilusiones de servir, y es que un frío helado recorrió su espalda cuando se vio enfrentada a lo que era el real sentido de su servicio.  También se sintió extrañada, cuando se les invitaba a ver películas una tarde de viernes: Corazón Valiente, de Mel Gibson; era la película elegida para darles el coraje, la valentía y el entusiasmo que, desde dentro del pecho, aparecería en los momentos difíciles, cuando tuvieran que aplastar, sin servir, a los que ella tanto quería proteger.

Hizo varias acciones de servicio.  Tomó detenidos con la inteligencia de quien piensa; hizo ingreso a casas donde había sujetos peligrosos, y solo con el amor que tenía por su trabajo y la vocación de servicio, enfrentó peligros.  También encontró grandes plantaciones de marihuana… Seguía su ilusión, hacía de sus sueños un servicio que salía desde su corazón, pero se dio cuenta que este, no era el objetivo de su institución.

A los pocos años dejó el uniforme.  Desde ahí se concentró en otro sueño, en la promesa que se había trazado desde niña, y que con la ilusión mojada, como cuando el guanaco moja a las personas, sacó fuerzas como las de Walace y empezó a lograr paso a paso, lo que tanto tenía en sus planes y sueños de adulta.

En el aniversario 98 de carabineros, Silvia Becerra ya no sueña con las carabinas.  Tampoco se esmera porque su peinado quede perfectamente agarrado sin que un solo pelo se salga del moño.  Ya no teme que la dejen sin desayuno por el descuido.  Tampoco teme que, por culpa de algún compañero de escuadrón, se le castigue injustamente.

Hoy tiene, seguramente, mucho más de lo que hubiera tenido con la jubilación de la institución.  Hoy, también, está a las puertas de servir amablemente y con la entrega soñada, a muchas personas que necesitan de ella, de su amor, de su entrega y de su capacidad de empatizar.  Ahora no tiene que aplastar a nadie, tampoco tiene que sentirse superior, menos tiene que avasallar a los demás.  Ahora sí que podrá servir, ahora podrá en todo esplendor, esa metáfora de hacer dormir tranquilo al niño inocente…

Sin embargo Silvia, sigue mirando a esa niña, a esa joven que aceptó el desafío.  Las puede acariciar ahora.  A veces se sorprende diciendo a la niña que no tenga miedo, que no se sienta sola.  Cuando grande será una mujer capaz e independiente.  Casi no habrá carencia de un padre.

A la joven la abraza, y con la sabiduría de los años, le muestra el futuro esplendor de cumplir, con la bendición del Padre, todos los sueños materiales y personales que se imaginó de pasada.  A ella sí que le seca una lágrima de vez en cuando, por ese vacío de no tener una hora para abrazarse con papá cuando él llegara del trabajo.

Hoy Silvia sigue teniendo sueños.  Unos más grandes que otros.  Una casa a su pinta, un invernadero, en un sector con parras, con un cerro.  Cada mañana se despierta con la esperanza linda de un nuevo día, con la posibilidad cierta de ayudar, de acompañar, de servir, de prestarse por los demás, en una entrega de amor absoluto por el otro.  Tal y como un día pensó, al recibir el terciado, al recibir su gorra, al recibir el poder de con un uniforme verde, dar la vida por los demás…

Un saludo a todos los carabineros de Chile, que tienen ese sueño en lo que hacen, en desmedro de los que creen, que su uniforme les da el derecho a estar por sobre las personas…

Gracias Silvia.

Gracias por el amor entregado.

Gracias por ser consecuente en el amor, y no en el odio.

Gracias por ser la mejor, en cada año en que te vestiste de falda verde.

Gracias, por mostrar coherencia con el mensaje de amor.

Gracias, porque fuiste y eres una gran persona.

Gracias, por elegir servir de verdad.